Vamos volando con nuestra imaginación al continente asiático, ese continente mágico y exótico que cautiva con su cultura, su filosofía y sus imponentes paisajes... ¡Ya estamos aterrizando! Ponemos un pie sobre la tierra y decimos en alto: ¡sí, estamos en Japón!
¿Y cómo nos reciben allá? Con un mágico cuento japonés... ¡A disfrutarlo!
Esto son jizos, estatuas de piedra que representan a un Dios japonés.
Érase una vez una pareja de ancianos que se ganaba la vida haciendo sombreros de paja. Los dos vivían pobre y humildemente, por eso un año al llegar la Nochevieja no tenían dinero para comprar las pelotitas de arroz con las que celebrar el nuevo año. Entonces, el abuelito decidió ir al pueblo y venderlos últimos 5 sombreros de paja que tenía guardados y terminados. Se los puso sobre la espalda, y
empezó a caminar al pueblo. Le llevó todo el día llegar hasta él puesto que estaba bien lejos, cruzando campos... hasta que por fin, al mediodía, llegó. Ya allí, se puso a pregonar:
" ¡Sombreros de paja, bonitos sombreros de paja! ¿Quién quiere sombreros?"
Pero, aunque muchos se quedaban mirándole, nadie se acercaba a comprarle uno. Se acabó el día y el pobre abuelito no había vendido ni un solo sombrero. Por ello, decidió volver a casa sin dinero y sin las pelotitas de arroz. Al salir del pueblo, comenzó a nevar. El abuelito se sentía muy cansado y helado al cruzar por los campos cubiertos ahora de nieve. De repente vio algo a lo lejos en lo que se fijó: eran seis Jizos con las cabezas cubiertas de nieve y las caras colgadas de carámbanos.
El viejecito, que tenía buen corazón, pensó que los pobrecitos Jizos debían tener frío. Por ello, les quitó la nieve, y uno tras uno les puso los sombreros de paja
que no pudo vender. Pero solo tenia cinco sombreros, y los Jizos eran seis. Al faltarle un sombrero, al último Jizo el viejecito le dio su propio sombrero, y cuando acabó continuó por entre la nieve su camino hacia casa.
Cuando la abuelita le vio llegar cubierto de nieve, sin sombrero ni nada, le preguntó que qué había pasado. Él le explicó lo que ocurrió: que no pudo vender los sombreros, que se sintió muy triste al ver esos Jizos cubiertos de nieve, y que como eran seis tuvo que usar su propio sombrero.
Al oír esto, la abuelita se alegró de tener un marido tan cariñoso:
"Hiciste bien. Aunque seamos pobres, tenemos una casita caliente y ellos
no."
El abuelito, como tenía frío, se sentó al lado del fuego mientras la abuelita
preparaba la cena. No tenían bolitas de arroz, pero en su lugar comieron solamente unos vegetales en vinagre.A medianoche, de repente, el abuelito y la abuelita se despertaron sorprendidos: fuera de la casa se escuchaba, cada vez más cercano, el cantar de varias personas, como si de un coro se tratase. Ambos se levantaron y prestaron atención a esa melodía, que decía...
"¡Abuelito dio sus sombreros
A los Jizos todos enteros
Alijeros, a su casa, alijeros!"
El abuelito y la abuelita no podían creerlo. Escucharon un estruendo en la puerta y corrieron hacia ella, y al abrirla... ¡ahhhh! Paquetes y paquetes llenos de arroz, vino, pelotitas de arroz, decoraciones para el Nuevo Año, mantas y quimonos bien calientes se amontonaban frente a la puerta.
''¿Quién nos habrá traído esto?'', pensaron los dos. Y de repente, vislumbraron a lo lejos 6 sombras que cantaban y reían bajo la nieve, protegida cada una con un bonito sombrero de paja...
Los Jizos, en reconocimiento de la bondad del abuelito, mágicamente acudieron a él para mostrar su profundo agradecimiento y recompensarlo por tan buena acción.
No conocía este cuento. Es muy bonito. Gracias por compartirlo. Un saludo.
ResponderEliminarPrecioso cuento, aporta mucha sabiduría japonesa; ¡me encanta! Besitos.
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