Definido como un hecho que describe cómo la creencia que otra persona tiene sobre tí presenta un gran poder para influir en tu rendimiento, el efecto pigmalión es uno de los sucesos más importantes que todo educador debe conocer. Se encuentra íntimamente relacionado con las expectativas, esa visión o suposición de futuro que tenemos de cada persona de nuestro entorno, y por tanto, de cada alumno que se encuentre bajo nuestra guía, que está basada en el potencial de desarrollo que el maestro presiente de cada niño.
¿Dónde radica la importancia de estos dos términos? Sencillamente, radica en que en función de las creencias o expectativas que tengamos de cada niño, que directa o indirectamente se las transmitiremos y él las percibirá, este podrá progresar hasta niveles infinitos, de manera moderada o, incluso, retroceder y
empeorar, si así lo espera el docente...lo que ha sido llamado como efecto pigmalión negativo, el que produce que la autoestima y potencial del sujeto disminuya causada por las desesperanzadoras expectativas que ha percibido hacia él de las personas más cercanas, como lo somos los docentes.
Por tanto, animo a todo educador a tomar conciencia de este poder que nos ha sido otorgado para influir positivamente en el desarrollo de nuestros pequeños, partiendo de cero, sin etiquetas, sin prejuicios, sin ideas previas, tomando a cada niño como un ser con un potencial ilimitado que puede alcanzar capacidades y habilidades maravillosas si los adultos y personas de su entorno, a los que el niño les tiene un gran amor y fidelidad y toma como absolutamente verdadero las características con las que estos adultos los definen, creyéndose un fracaso si su mamá se lo ha dicho, creyéndose una mala persona si su profesor también se lo ha dicho, o creyéndose una persona con muchas virtudes y posibilidades si así su entorno se lo expresa constantemente, centrándose en sus fortalezas y no en sus debilidades, para producir un efecto pigmalión positivo, unas expectativas sanas. Es más, ¿por qué no dejar que el propio niño marque sus expectativas? ¿Lo orientamos hacia ello?
Pero, ¡cuidado! Hemos de ser realistas, intentando alcanzar el cielo con los pies en el suelo, y que las expectativas que tenemos de cada niño sean acordes a sus características, ¡sin desbordarlos ni presionarlos hacia metas irreales! Si no, el pequeño se sentirá como el chico de la segunda foto... y cargar desde los 4 o 5 años con ese peso ya sabemos qué tipo de consecuencias traerá.
No hay mejor educador que el que cree en sus alumnos.
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