En pleno centro de Londres, no se quién ni cuándo, alguien tuvo la maravillosa idea de crear este parque formado simplemente por troncos grandes de árboles entrelazados, formando entramados por los que los niños pueden trepar, colgarse, caminar, subir, bajar y lo más importante: jugar.
La composición invita totalmente al juego motriz y exploratorio de las capacidades físicas de uno mismo. Ningún niño estaba aburrido, ni quieto. Los había de dos años, acompañados de sus padres que ejercían de apoyo, de cuatro y cinco, animados por sus ansias de autonomía, y de ocho, nueve y de diez, poniendo a prueba su equilibrio y fuerza. Todos, eso sí, mostrando un entusiasmo común enorme por seguir explorando ese entramado de troncos que allí estaba. Una oda a la más pura infancia.
Y ante este regalo para mis ojos y mis vivencias, descubrí otra vez más que el juego más rico se consigue con las cosas más simples.
Tener un espacio así es fantástico, realmente los parques o espacios que se crean para los niños no responden a sus necesidades, intereses,... Gracias por el aporte. Un abrazo.
ResponderEliminarEstaría genial contar con un parque así por aquí. Nuestros alumnos iban a disfrutar muchísimo. Un saludo.
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