Hoy abordamos el binomio aprendizaje - emoción. ¿Tienen relación estos conceptos? ¿Dónde está la conexión? ¿Influye uno en el otro? ¡Cuántas cuestiones por resolver!
Las emociones y el aprendizaje están muy relacionados. Indudablemente, si
este binomio se combina de forma adecuada en la práctica educativa los beneficios
que los alumnos obtienen en relación a su capacidad y voluntad de aprender son asombrosos. Begoña Ibarrola defiende que la experiencia de aprendizaje puede ir unida
al placer (emociones positivas), o no. Si es así, motiva al alumnado a repetir la
experiencia, acercarse a ella. De lo contrario, se huirá de la misma ya que ha quedado
grabada en la memoria emocional como vivencia negativa. Por lo tanto, una meta
principal de la educación emocional en la etapa infantil es brindar a los niños
experiencias placenteras de aprendizaje de manera que queden asociadas a estados
emocionales positivos, impulsándoles la motivación hacia su repetición. Este proceso,
además requiere de un clima afectivo de seguridad que respete, en todo momento, la
dignidad de los niños y niñas y genere sentimientos y emociones relacionados con el
placer, la confianza, la competencia y la eficacia. Nada sin alegría, decía el pedagogo Loris
Malaguzzi. De hecho, las emociones parecen tener la
capacidad de modular la actividad del resto de funciones cognitivas, pudiendo llegar
incluso a tener un papel dominante en la estructuración de los procesos cognitivos.
Por otro lado, el docente ha de se consciente de que un niño no comienza a
aprender con ideas y con abstracciones, sino con percepciones, emociones,
sensaciones y movimiento, obtenidos del mundo sensorial y como reacción al mundo
real, como dice Francisco Mora. Y todo aquello conducente a la adquisición de conocimiento, como
la curiosidad, la atención, la memoria o la toma de decisiones, requiere de esa energía
llamada emoción. No olvidemos que el aprendizaje, si se espera que sea significativo,
debe entenderse desde la perspectiva de vivir experiencias. Como declara Augusto
Cury, los datos son archivados en la memoria, pero las experiencias quedan
arraigadas en el corazón.
Linda Lantieri sostiene que educar el corazón es tan importante como
educar la mente. Y mediante las emociones se puede moldear el cerebro según las
experiencias vitales que le demos hacia el aprendizaje. Las emociones positivas
conducen a aprender. Cuando la ansiedad, la ira o los sentimientos de tristeza se
inmiscuyen en los pensamientos del niño, la memoria de trabajo tiene menos
capacidad para procesar lo que intenta aprender. Por consiguiente, se hace necesario
trabajar para que nuestros alumnos posean un buen nivel de emociones positivas, tales
como la alegría y la autoestima, de manera que esto les facilite más y mejor
aprendizaje. De este modo serán capaces de superar la frustración y resolver bien los
conflictos siendo por tanto más felices y alcanzando sin duda mayores éxitos y logros personales. Y todo ello es posible si desde las primeras etapas de la educación formal el
docente trabaja en pro de la inteligencia emocional.
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