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Por qué decir SÍ a la educación emocional en el aula

Después de la semana intensa donde hemos abordado de una forma general pero amplia el mundo de las emociones y la educación emocional, concluyo el camino explicándoles por qué decir SÍ a la educación emocional en el aula y qué razones me llevan a mí y a muchos otros docentes a aplicarla en el aula dentro de las asignaturas y tareas que a cada uno nos toca llevar a cabo con ellos. Espero que estas palabras les encienda una bombilla a aquellos que aún dudan en incluirlo en su práctica educativa, refuercen a esos que ya la practican y animen a los que nunca se lo habían planteado. Todo, por una educación integral y mejor.



La educación de las emociones y el desarrollo de una adecuada inteligencia emocional son dos pilares fundamentales tanto en la sociedad como en la corriente educativa que vivimos, en la que para el docente de educación infantil y posteriores la primera y más importante meta debe ser la de crear niños felices, buenas personas, con una autoestima sana y con certeza de éxito en la vida.
Desde que nacemos y durante la primera infancia, somos seres globales que integramos cuerpo, mente y emociones. El desarrollo y el equilibrio entre estos tres elementos, por tanto, es crucial para nuestra evolución y el desarrollo de diferentes actitudes, habilidades, competencias y valores de vida. Por lo tanto, el mundo de las emociones y de los sentimientos constituye uno de los factores esenciales en la formación integral del individuo. Sin embargo, la escuela en todas sus etapas se ha venido ocupando exclusivamente del desarrollo de la inteligencia cognitiva de los alumnos, dejando fuera la perspectiva emocional y el mundo de los sentimientos, en una sociedad que ha empezado a ser consciente de que unos brillantes resultados académicos y la posesión de numerosos títulos no aseguran un futuro exitoso del niño. Para que estos pequeños puedan triunfar en la vida profesional y personal es necesaria, además, una inteligencia no solo del conocimiento, sino del comportamiento, actitudes, emociones y sentimientos que les ayude a ser feliz en el mundo social y personal. Sin duda, hablamos de la inteligencia emocional.
Linda Lantieri pone de manifiesto que a lo largo de la vida resultan esenciales una mayor autoconciencia, una mejor capacidad para dominar las emociones perturbadoras, una mayor sensibilidad frente a las emociones de los demás y una mejor habilidad interpersonal, y los cimientos de estas aptitudes se construyen en la infancia. De este modo, la manera más eficaz de que todos los niños obtengan las mejores lecciones del corazón es que éstas formen parte de la jornada escolar desde la etapa infantil. Por su parte, Daniel Goleman inició sus estudios preguntándose por qué típicamente el alumno con las mejores notas no termina siendo el adulto que más éxito tiene en su trabajo, y por qué algunos son más capaces que otros de enfrentar contratiempos, superar obstáculos y ver las dificultades bajo una óptica distinta. La respuesta es clara: son emocionalmente inteligentes. Crear a personas con cualidades como empatía, amistad, confianza, curiosidad, humildad,perseverancia, humor, paciencia, integridad, autocontrol, valentía, positividad y adaptabilidad, tal como expresa María José Molina, son las metas educativas de la época que vivimos, y por tanto, nuestra responsabilidad, siendo conscientes de nuestra naturaleza humana, la compleja psique y el mundo interior de la moral, los sentimientos y emociones que trascendentales son en nuestra vida y desarrollo como personas. Además, en la primera infancia el niño es pura emoción y estas las vivencia de manera intensa y total. Entonces, ¿por qué la mayoría de los docentes olvidan incluir la educación emocional en su labor?
Durante estos años y el tiempo dedicado a la observación de la práctica docente he sentido inquietud por esta cuestión. El punto de partida puede ponerse en los períodos de adaptación, en los que los recién escolarizados sufren un período de sufrimiento y tristeza por el enorme cambio de entorno que le supone el paso a la escuela. Sin embargo, son muy pocas las veces que los docentes se ocupan de ayudarles a gestionar esas intensas emociones. Por supuesto, los conflictos que surgen en la relación entre iguales cuando no se comparte, no se respeta y no se trata adecuadamente al compañero son otro grupo de acontecimientos y hechos cuyo lazo de unión con la inteligencia y educación emocional es muy visible. ¿Cuántos enfados, peleas, llantos y malestares surgen en las aulas de educación infantil causados por una incorrecto manejo de las emociones de uno mismo y de la clase como grupo? Prácticamente gran parte de ellos, por la ignorancia de los niños acerca de qué es lo que siento, por qué está causado, cómo debo expresarlo y cómo me autorregulo. Y por la falta de concienciación docente sobre la importancia de trabajar las emociones. Y por último, no puedo olvidar actitudes en alumnos dominados por el miedo a lo nuevo y a la autonomía, el hacer las cosas solo, la falta de confianza en uno mismo para superar su propio desarrollo, la no tolerancia a la frustración personal, y la falta de motivación, desembocando en pasividad y fracaso. Son muchos los autores que argumentan que el término fracaso escolar es, en realidad, un fracaso emocional derivado de una incorrecta gestión de los sentimientos, pensamientos y emociones a la hora de afrontar las situaciones y circunstancias que el sistema educativo, con los exámenes, el excesivo contenido teórico y la insistencia en la inteligencia lógico- matemática y lingüística, les impone. Sin embargo, el pienso, luego existo que proclamaba Descartes es más bien siento, luego existo.
En el campo educativo y del aprendizaje, la psicóloga y pedagoga Rosa Sellares puntualiza que las situaciones de aprendizaje, además, son situaciones emocionales. Y un niño solo aprenderá a prestar atención adecuada a sus sentimientos y a los de los demás y a regular sus emociones si se desarrolla en un entorno sensible en el cual se considere que vale la pena enterarse de lo que les pasa a las personas, comunicarlo y pensarlo. Daniel Goleman está convencido de que el mundo académico ha estado siempre centrado en las capacidades intelectuales y de razonamiento y la emoción se considera una interferencia, algo que no resulta útil para la comprensión de los contenidos académicos. Sin embargo, la emoción, invisible a los ojos, está en cualquier aula. Viene con nuestros alumnos, y con nosotros como docentes. Los maestros fascinantes enseñan a sus alumnos a explorar el mundo que son, su propio ser, y su educación sigue las notas de la emoción. Decía Aristóteles, en su obra Ética a Nicómaco, que cualquiera puede ponerse furioso, eso es fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto, y de la forma correcta... eso no es fácil. 
Por supuesto, la educación emocional es un aprendizaje que dura toda la vida. Pero si es posible iniciarlo a una temprana edad, cuando se están sentando las bases de la personalidad, ¿por qué no empezar? Escuchar las emociones, conocerlas, entenderlas y manejarlas son las preciadas llaves que a nuestros alumnos les abrirán las puertas de un presente y futuro feliz y exitoso, luchando así contra el analfabetismo emocional. 

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